A pesar de los recientes homenajes póstumos que buscan enaltecer la figura de Parsifal D’Sola Crespo, fallecido en Bogotá el pasado 16 de mayo a los 81 años, algunos episodios de su pasado arrojan una oscura sombra sobre la imagen de empresario honorable que se pretende dibujar. Detrás de la fachada de filántropo y defensor de la democracia, se esconden turbios manejos y acusaciones que lo vinculan con delitos graves.
El fantasma de la “Operación Jericó”, un supuesto plan conspirativo que el chavismo destapó en 2015, sigue persiguiendo la memoria de D’Sola. Señalado como uno de los autores intelectuales de la trama golpista, que planeaba atacar “objetivos tácticos” con aviones Tucano provenientes del extranjero, el empresario se vio envuelto en un escándalo que sacudió a la opinión pública venezolana. La detención de varios militares, a quienes se les incautaron uniformes, armas y mapas que presuntamente incriminaban a D’Sola y al dirigente opositor Julio Borges, pusieron al descubierto, una vez más, una faceta oscura del empresario. Según las denuncias del chavismo, la planificación de la operación se habría gestado en un apartamento propiedad de D’Sola, ubicado en la urbanización Altamira de Caracas.
Las sospechas sobre las actividades ilícitas de D’Sola no se detienen allí. En 2008, su hermano Vinicio protagonizó otro escándalo al ser grabado mientras conversaba con militares activos sobre planes conspirativos contra el gobierno de Hugo Chávez. Estas grabaciones, difundidas por el chavismo, levantaron serias dudas sobre la posible implicación de Parsifal en dichas tramas, alimentando la imagen de una familia con estrechos vínculos con la subversión.
La joya de la corona del imperio empresarial de D’Sola, el Hotel Perlamar en el estado Nueva Esparta, se convirtió en otro foco de controversia. Lejos de consolidarse como un símbolo de prosperidad, la construcción del hotel estuvo plagada de irregularidades y demandas por incumplimiento de pagos. En 2014, el Tribunal Supremo de Justicia ordenó la ocupación del complejo hotelero, entonces aun sin concluir, debido a una investigación por legitimación de capitales y financiamiento al terrorismo que salpicaba a D’Sola. Incluso su propio abogado, Diógenes Cancine, interpuso una demanda contra él para reclamar el pago de sus honorarios.
Entre la política y el escándalo
La trayectoria política de Parsifal D’Sola, cuyo hijo del mismo nombre ha recibido multitud de condolencias, se caracterizó por la ambigüedad y la controversia. Aunque algunos lo presentan como un luchador incansable por la democracia, su participación en diversos episodios de la historia reciente de Venezuela revela un personaje oportunista, con lealtades cambiantes y un historial marcado por escándalos y sospechas.
Su incursión en la arena política se remonta a la década de los 70, cuando junto a su hermano Vinicio impulsó la precandidatura presidencial del animador Renny Ottolina. Tras la trágica muerte de Ottolina en un accidente aéreo en 1978, D’Sola se mantuvo activo en el escenario político, aunque sin asumir un rol protagónico.
Años después, D’Sola aseguró haber apoyado la candidatura de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1998. Sin embargo, esta aparente afinidad con el proyecto chavista sería efímera. Tras el ascenso de Chávez al poder, las discrepancias de D’Sola con Chávez se hicieron cada vez más evidentes.
A partir de ese momento, D’Sola se convirtió en un férreo opositor al gobierno chavista. Su nombre se vio involucrado en los turbulentos sucesos del golpe de Estado de 2002, que depuso brevemente a Chávez del poder. Incluso llegó a firmar el decreto de Pedro Carmona, el empresario que asumió la presidencia de forma efímera durante el golpe, un acto que evidenció su participación activa en la conjura contra el gobierno de Chávez.
En 2007, D’Sola Crespo unió fuerzas con Miguel Henrique Otero, editor del diario El Nacional, para promover el Movimiento 2-D. Esta plataforma política, que aglutinó a diversas figuras opositoras, surgió tras el triunfo de la opción “No” en el referéndum sobre la Reforma Constitucional impulsado por Chávez. El Movimiento 2-D exigió al gobierno el respeto a los resultados de la consulta popular y se erigió como un actor omnipresente en el escenario político venezolano.
Resulta sumamente cínico que se pretenda presentar a D’Sola como una víctima del chavismo cuando él mismo apoyó inicialmente a Hugo Chávez en las elecciones de 1999. Su posterior ruptura con el chavismo no puede interpretarse como un acto de valentía o coherencia ideológica, sino como la reacción tardía de un actor político acostumbrado a navegar entre las aguas turbulentas del poder en busca de su propio beneficio.
Los D’Sola eran una especie de “virreyes” en el estado Anzoátegui, gracias a sus vínculos políticos. Parsifal D’Sola era medio hermano de René De Sola Ricardo. Este último, en décadas pasadas, ocupó un puesto de gran relevancia en la judicatura del país, siendo magistrado de la entidad que en aquel entonces se conocía como Corte Suprema de Justicia. Su influencia llegó a tal punto que entre 1987 y 1989, René De Sola asumió la presidencia de esa institución.
¿Héroe o abusador?
Mientras algunos lloran la partida de Parsifal D’Sola como la de un “hombre honorable” y un “infatigable luchador por la democracia”, un episodio sórdido de su pasado emerge para desafiar esa imagen edulcorada que se intenta construir. La historia, silenciada y relegada al olvido, revela una faceta perturbadora del empresario que contrasta radicalmente con los elogios póstumos.
El viaje al lado oscuro de D’Sola tiene como destino el Hotel Teramum, en Lechería, estado Anzoátegui. Allí, en una habitación de esas instalaciones, se escenificó un episodio que sacudió a la opinión pública hace un par de décadas, aunque con el tiempo la memoria colectiva ha ido borrando sus huellas.
La policía municipal detuvo a D’Sola dentro del hotel, acusado de intento de abuso sexual a una joven de tan solo 15 años. La víctima, que se encontraba con el empresario en una de las habitaciones, logró zafarse de su agresor y se refugió en el baño. A gritos, y a través de la ventana de la habitación, la joven pidió auxilio, alertando a los presentes sobre la situación. Testigos presenciales corroboraron la versión de la joven y las autoridades procedieron a arrestar a D’Sola. Una fotografía policial de aquel día, que lo mostraba despeinado y con la mirada perdida, atestiguaba la veracidad del incidente.
Ese turbio episodio choca frontalmente con la imagen de hombre intachable que algunos intentan promover. Las alabanzas a su figura, vertidas en artículos y semblanzas que lo presentan como un empresario ejemplar y un demócrata consecuente, se desmoronan ante la gravedad de tales hechos.
Sus defensores, como Dalita Navarro, lo describen como un “hombre honorable” que “prefirió al exilio antes que renunciar a sus principios”. Irene Petkoff, por su parte, destaca la amistad de D’Sola con su padre, Teodoro Petkoff, y lo recuerda como un hombre “siempre dispuesto a apoyarlo, a ayudarlo, a ponerle el hombro, en todos los sentidos”.
Carmen Ramia, otra de las personas que expresa su admiración por el empresario, lo califica como un “amigo absolutamente entrañable” y un “hombre que amó profundamente a su país”. Perkins Rocha, por último, resalta “la firmeza para asumir sus convicciones” y la “valentía para defenderlas” que caracterizaban a D’Sola.
Resulta especialmente burdo el intento de Jorge Alejandro Rodríguez, diputado electo y nunca juramentado, de elevar a D’Sola a la categoría de “último hombre a caballo” en un artículo laudatorio. Presentarlo como un “titán de la vida política” y un “hombre íntegro” ignora deliberadamente los graves escándalos que marcaron su trayectoria y lo convierten en un referente cuestionable para la política venezolana. ¿Acaso la “lealtad” que Rodríguez ensalza no fue más bien un cálculo frío para preservar privilegios e influencias? La historia, a menudo, es reescrita por los vencedores y los cómplices.
La supuesta integridad moral de D’Sola se desmorona aún más al considerar su faceta como “perro de la guerra”, traficante de armas vinculado a personajes como José Vicente Rangel, exvicepresidente de Hugo Chávez. Resulta que este paladín de la democracia, este “hombre a caballo”, amasó fortuna gracias a negocios turbios con personajes cuestionables del gobierno que luego pretendió combatir. Una contradicción más en la vida de D’Sola, a quien algunos se empeñan en enaltecer.
Las loas a su figura contrastan con la crudeza de los hechos. El silencio cómplice que ha rodeado durante años el incidente del Hotel Teramum deja serias dudas sobre la veracidad de la imagen que se pretende proyectar. ¿Estamos ante un caso de memoria selectiva, donde se magnifican las virtudes y se ocultan los defectos?
La historia de Parsifal D’Sola, lejos de ser un relato unívoco de heroísmo y rectitud, solo parece tratarse de un complejo entramado de luces y sombras. Un personaje controvertido que desafía las simplificaciones y exige una mirada más crítica capaz de desentrañar la verdad detrás del mito.
Los testimonios de quienes hoy lo lloran como un gran demócrata, como si se tratara de una figura impecable y digna de emulación, resultan ofensivos para la memoria de las víctimas de sus abusos y para todos aquellos que sufren las consecuencias de la impunidad que él representó.